Escritor
MEMORIA DEL MEDITERRÁNEO
PAULA PONS
Hay autores a los que uno se aproxima con respeto, casi con temor, acobardado ante la complejidad de un discurso que pueda escapar a nuestro entendimiento. Hay otros que sin embargo le allanan el camino al lector desde el primer renglón sin subestimar ni menospreciar su inteligencia. Manuel Vicent pertenece a esta última categoría. A Manuel Vicent es fácil acercarse desde todos los frentes. Desde el periodístico, desde el literario y desde el humano. Dicen que no hay que conocer en persona a los escritores que uno idolatra porque casi siempre decepcionan. No fue mi caso.

Lo conocí bajo un sol abrasador en los campamentos de refugiados de Tinduf, en Argelia. Allí se celebra cada año el Festival de Cine del Sáhara, un encuentro que sirve como excusa para denunciar las durísimas condiciones de vida del pueblo saharaui ante una comunidad internacional que hace tiempo que mira hacia otro lado. Había sido invitado junto a algunos actores y actrices españoles para amplificar el eco de ese destierro vergonzoso de los hijos de las nubes. Conseguí vencer la timidez que me paraliza cada vez que me encuentro ante alguien a quien admiro y me acerqué a hablar con él. Envueltos en esa atmósfera inclemente de la hamada, el desierto de los desiertos, charlamos sobre algunas de las recetas que el escritor había incluido en ‘Comer y beber a mi manera’, una de sus últimas publicaciones de entonces, hablamos también de periodismo, del PP y del reinado absoluto de la hoy exalcaldesa Rita Barberá. Un tipo que con setenta y tres años acepta la invitación de viajar hasta uno de los lugares más inhóspitos del planeta para conocer la realidad de esta gente olvidada y duerme con ellos en el suelo y comparte su comida aceptando todas sus limitaciones me parece un gran hombre.
Esa mirada amable se traslada a sus novelas, historias bonitas que te hacen recuperar la memoria de un tiempo que los de mi generación conocemos sólo de oídas. Vicent escarba en su vida para plasmarla en ese tranvía que recorre la Valencia de los años cincuenta en un viaje que traslada a Manuel desde la adolescencia hacia la edad adulta en un despertar de los sentidos que desemboca en la Malvarrosa. Y te hace asomarte a aquellos lugares que forman parte de nuestro pasado, los cines, las cafeterías, los periódicos, los barrios que nuestros abuelos y nuestros padres nombraban con nostalgia al evocar esa patria que es la infancia. Al describirlos, el escritor de Vilavella no sólo dibuja un retrato visual del espacio, también consigue que percibas el aroma de azahar, de incienso y lejía de la época y escuches, bajo un fondo de boleros, aquellos sonidos de esa España en blanco y negro que bajo su mirada no se vislumbra tan gris.
Si su literatura ha dejado estampas inolvidables, es a través de sus columnas donde el escritor valenciano alcanza la excelencia. Observador perspicaz, analista certero, crítico elegante. Desde su tribuna desmenuza la actualidad y la interpreta para mostrarla, a ratos esperanzadora, otros cruda y devastadora, envuelta de un lirismo clarividente, que lo convierte en una voz que se ha hecho tan imprescindible los domingos como el primer café de la mañana. Manuel Vicent refleja la luz de Levante y arremete contra lo injusto como las olas de su amado Mediterráneo un día de mala mar, es un faro al que acudir cuando la niebla de los acontecimientos impide ver con lucidez, un joven de 79 años, un Sorolla de las palabras con el espíritu de Homero y el costumbrismo de Blasco Ibáñez. Un buen tipo, un gran hombre.
- Manuel Vicent Recatada (La Vilavella, 10 de marzo de 1936).
- Licenciado en Derecho y Filosofía por la Universitat de València, se traslada a Madrid, donde estudia Periodismo.
- Su obra comprende novela, teatro, relatos, biografías, artículos de viajes, entrevistas y gastronomía…
- Es el único autor que ha ganado dos veces el premio Alfaguara de novela, por ‘Pascua y Naranjas’ (1966) y ‘Son de Mar’ (1999), llevada al cine al igual que ‘Tranvía a la Malvarrosa’ (1997). Premio Nadal en 1986 por ‘Balada de Caín’.