Gabriel Miró

1879 /// 1930
Escritor

LA PALABRA IMPECABLE

MARÍA RUIZ

Jefa de Edición de LAS PROVINCIAS

Despacio, y en coloquio piadoso con el ama Virtudes, ovillaba doña Elvira la recia madeja de lana azul, para seguir urdiendo los doce pares de medias que ofreciera en limosna. Servíanle de devanadera las rollizas manos del ama». Con esta delicadeza y pulcritud, dominando las palabras a su antojo y ordenándolas con semejante maestría, comienza Gabriel Miró ‘Nómada’, la obra que le dio a conocer en el mundo de las letras españolas en 1908, tras ganar el primer premio de novela organizado por ‘El Cuento Semanal’. La hilazón del lenguaje y la estructura del relato, cuya trama comenzaba por la mitad de la historia en vez de por el principio (novela ‘in medias res’ que dicen los literatos), encandiló a un excelso jurado compuesto nada más y nada menos que por Pío Baroja y Ramón María del Valle-Inclán, entre otros. Desde entonces, su prosa traspasó la tertulia que fundaran él y sus amigos en el ‘Ateneo Senabrino’, llamado así con cierta sorna por ellos mismos al estar en una de las salas internas de la zapatería del señor Senabre, en el barrio alicantino de Benalúa. Allí, en esa única tertulia a la que asistiría, pasaría Miró «unos entrañables y divertidos momentos que recordaría con buen agrado» toda su vida junto a compañeros como el pintor Adelardo Parrilla, su amigo Eufrasio Ruiz, Domingo Carratalá, el escritor y arqueólogo Francisco Figueras Pacheco, y su «hermano del alma», el músico y compositor alicantino Óscar Esplá, según nos cuenta Luis S. Taza Hernán en la revista ‘Auca’.

Salió después más allá de su mundo alicantino y empezó a recorrer una parte de España que reflejó en sus textos, como hacían los autores contemporáneos de una Generación del 98 que no llegó a ser la suya, tan inclasificable fue.

En el año 1927 su gran amigo Azorín, que le llamaba «mi querido coterráneo», le propuso para ingresar en la Real Academia Española. Este resultó ser uno de los asuntos que levantó más ampollas entre algunos de sus compañeros de letras. Porque fue propuesto tras publicar un libro que muchos consideraron incendiario, ‘El obispo leproso’, que encolerizó a la Iglesia y a la Compañía de Jesús. Algunos periodistas de la época emprendieron una descarnada campaña en su contra, cuyo remate fue una crítica de Ortega y Gasset aparecida en el diario ‘El Sol’. En ella, un incuestionable dardo con apariencia de halago, el filósofo aseguraba: «He sorbido algunas líneas, tal vez una página, y me he quedado siempre sorprendido de lo bien que estaba. Sin embargo, no he seguido leyendo. ¿Qué clase de perfección es ésta que complace y no subyuga, que admira y no arrastra?». Este rejonazo orteguiano puso a los pies de los caballos al escritor alicantino, que además de sufrir el rechazo de cierto sector literario español, vio cómo en América sus obras eran tachadas de inmorales y en Italia eran reprobadas. La terrible y lacerante campaña hizo mella en Miró, que confesó en una carta a su amigo Dámaso Alonso que ‘El obispo leproso’ «ha desanillado contra mí odios tremendos».

El caso es que, naturalmente, tanta polémica consiguió que Gabriel Miró no fuera nombrado académico, lo cual enfadó tanto a Azorín, que, como orgullosa y señalada protesta, dejó de asistir a la Real Academia.

No era Miró un hombre al que le asustasen las palabras, pese a su elegancia y exquisitez a la hora de enlazarlas. No era hombre de callar por no ofender, siempre, eso sí, mirando a la verdad cara a cara. Por eso, tras el infortunado incidente académico, aseguró cuando su nombre volvió a sonar para el ingreso: «Una vez tan sólo consiguieron que me interesara el nombramiento. No seré ya nunca académico. Incluso entonces me hubiera sido difícil. Había que llenar el ritual visiteo a los Inmortales. Y eso yo no lo hago».

Apenas escribió desde entonces, hasta su muerte, tres años después.

  • Gabriel Miró Ferrer (Alicante, 28 de julio de 1879 – Madrid, 27 de mayo de 1930).
  • A caballo entre la Generación del 98 y la del 14.
  • Lo sensorial es básico en su literatura, donde abunda la riqueza plástica, el uso de imágenes de los sentidos y el de las sinestesias, así como una sorprendente adjetivación y un léxico riquísimo.
  • Se han editado dos veces sus obras completas, en Madrid; en 1931, por los Amigos de Gabriel Miró y en 1942, en un solo volumen, por Biblioteca Nueva.