Poeta
LA ELEGÍA DEL SOL
CÉSAR GAVELA
Francisco Brines es uno de los grandes poetas del idioma castellano. Él es un autor de vida intensa, tejida de fuego, memoria y mirada que luego ha ido convirtiendo en una gran obra literaria. Brines es un maestro del fulgor, del tiempo y de la elegía, y a su altura sólo hay tres o cuatro poetas entre los quinientos millones largos de personas que hablamos el idioma de Jorge Manrique. Es el caso de Gamoneda o de Nicanor Parra… Que ya tienen, por cierto, el premio Cervantes. Un reconocimiento que el valenciano merece desde hace muchos años.
Brines eligió como maestros a los dos poetas principales del siglo XX en España: Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Al que añadió, por tantas razones, un tercero: el sevillano Luis Cernuda. Desde esa tradición -que él reinventó a su estilo, como todo gran artista-, Brines cuenta la emoción más íntima del vivir y la conciencia de su finitud. Y lo hace en un idioma que es, también, valenciano. Brines se inserta en la gran senda de escritores de esta tierra que se han expresado y se expresan en español. Como Blasco Ibáñez, Azorín, Miguel Hernández, Gabriel Miró, Juan Gil-Albert y tantos otros.
El poeta es un valenciano que raigalmente mira hacia el Mediterráneo y su ribera, muy especialmente en su finca de Elca, en Oliva, de donde ha extraído una gran parte del oro de sus días y de su obra. Pero Brines también sabe amar y pertenecer al interior de Iberia, donde ha vivido largas temporadas. Porque existir es sumar; porque crear es ir más lejos. Francisco Brines, entre Valencia y Madrid durante décadas, ha cumplido y cumple su destino de poeta. En los últimos años está más por Oliva, porque así se lo piden el cuerpo, el alma y el recuerdo.
Es muy hermoso dejarse llevar por la honda verdad de la poesía de Brines. Sentir la fuerza que viene de sus cánticos a la libertad, al amor, a los lugares, a las personas, a los momentos. Pero también es muy revelador el dorso literario de esa dicha: adentrarse en el gozo profundo y melancólico que proponen sus elegías, las más bellas de la poesía en español de las últimas décadas. Versos en los que, al fondo, siempre está la infancia, territorio sagrado y perdido. Misterio y eternidad que apenas podemos atrapar, por momentos, desde la vida adulta. Y sólo en los brazos del amor y del arte.
Brines ha ahondado en ese campo griego y latino, y lo ha convertido en palabras clásicas, que saben a infancia y a jardín; a padres, casa y pozo; a pinos y cipreses, al juego de la vida que corre por el medio. Y su final, que no se esconde.
Tal vez su libro mayor sea ‘El otoño de las rosas’, gozne entre sus primeras entregas, más expandidas, y el tramo último de su decir, más depurado y sencillo, que se consolida en ‘La última costa’. Brines alcanzó la plenitud mirando hacia el pasado y su pérdida, pero se trata de un pasado que vive en el presente. Con sus vértigos y señales, con su añoranza y su fragante belleza. La belleza de quien ha apurado la vida dignamente; la de quien ha buscado la autenticidad siempre. La de quien mira el tiempo y el mundo como un poeta anacreóntico de hace 2.500 años. Brines es su hermano occidental; los siglos no importan nada. Sólo su decir, intemporal y propio, tan denso y natural a la vez, tan pegado al corazón.
Y aunque nada detiene el paso del tiempo, y aunque nada nos salva de la muerte del amor, ahí está la palabra, trascendiéndolo todo. La palabra de Francisco Brines, que es una llama perenne. Testimonio que se aviva desde las cenizas. Desde las brasas de su juventud; desde las misteriosas brasas de la vejez.
- Francisco Brines Bañó (Oliva, 22 de enero de 1932).
- Estudia Derecho y Filosofía y Letras en Deusto, Valencia, Salamanca y Madrid.
- Su primer libro, ‘Las brasas’, obtiene el Premio Adonais en 1960.
- Autor de una obra breve y ya clásica, publica seis títulos más: ‘El santo inocente’, ‘Palabras a la oscuridad’, ‘Aún no’, ‘Insistencias en Luzbel’, ‘El otoño de las rosas’ y ‘La última costa’.
- Por el conjunto de su obra gana el Premio Nacional de las Letras Españolas en 1999 y en 2010 recibe el Reina Sofía en 2010. Es académico de la Lengua desde 2001.