Torero
EL GRAN SUEÑO SE HIZO REALIDAD
JOSÉ LUIS BENLLOCH
Ponce es la culminación de la tauromaquia valenciana. El alminar que remata ¡por fin! los sueños de los aficionados. Nació para ello. Se comprobó ya en sus primeros pasos, cuando todavía era un niño, especie de Beethoven del toreo. Desde una placita a las faldas del Monte Picayo, donde los hombres convierten en arte el duro esfuerzo de lidiar la tierra, con 9 años, daba lecciones de lucidez para asombro de propios y extraños. No sólo hacía con las becerras lo que ningún otro chico ni imaginaba, ni siquiera los más mayores, sino que lo sabía explicar, lo entendía y lo razonaba.

Hasta su llegada, Valencia había tenido todo menos la gran figura con la que soñaban los aficionados para pulsear sus pasiones con Andalucía, que acaparaba todos los honores taurómacos desde Ronda, Sevilla o Córdoba. Valencia se había adelantado a todos en organizar una feria extensa como precedente de lo que serían las ferias modernas que sustituyeron las programaciones dominicales que habían cedido su espacio al fútbol. Tenía grandes empresarios, los mejores banderilleros de todos los tiempos, desde Blanquet a Montoliu, escultores como Benlliure, cartelistas como Roberto Domingo o Ruano y también grandes matadores a los que acompañaba cierto fatalismo que siempre los dejaba a las puertas del mando absoluto: Granero cayó en Madrid apenas lo proclamaron candidato, a Barrera le persiguieron los críticos más elitistas que cuestionaban su arte, a Félix Rodríguez le pudo su bohemia y desorden personal, otros vieron interrumpidas sus trayectorias por la Guerra Civil… Y así hasta la década de los noventa.
Siempre faltó algo para alcanzar la cumbre hasta que llegó Ponce, que resumía las cualidades que debían acompañar al esperado: la inteligencia de los grandes lidiadores, la estética clara de los artistas del Mediterráneo, la insatisfacción de los creadores, la ambición de los líderes, la constancia de los labradores irreductibles ante los inconvenientes… Así fue y así es aquel chiquillo al que su abuelo Leandro bajaba desde Chiva a Valencia todos los días de corrida.
Sus cualidades y su actitud permitieron que setenta años después de la desaparición de Granero, al que se había catalogado de príncipe heredero tras el rey Joselito, se cerrase el círculo mágico del toreo valenciano. Nada extraño teniendo en cuenta que algo o mucho de los dos, de Joselito y de Granero, tiene el maestro de Chiva, que 27 temporadas después sigue en plena vigencia y aspirando a más. Lo nunca visto.
Su toreo, edificado sobre un carácter ganador con el que siempre se identificó a José, se basó desde el principio en el talento y también en un valor que no siempre le reconocieron ante el resplandor de otras virtudes. Dado el caudal con el que ambas cualidades, talento y valor, se manifestaron desde el principio en Ponce, no puede haber una sin la otra. El talento genera técnica y la técnica una seguridad que permite el toreo fácil, ya saben, aquello de la difícil facilidad tan apetecida y tan difícil de alcanzar. Nada que se consiga sin valor, sencillamente porque sin valor no hay lucidez y sin lucidez no hay talento que aflore. Esa es la estructura sobre la que se desarrolló la tauromaquia de Ponce, la que le permitió entender más toros que nadie, sacar partido al bronco y al noble, al fuerte y al débil, torear más que nadie durante más tiempo que nadie y aparecer fresco cuando las temporadas le pesaban como losas a sus competidores de una promoción y de la siguiente y de la siguiente. Cualidades que permiten que, llegado agosto, cuando la temporada comienza a pesarle a las figuras, el valenciano se convierta en excepción y empequeñezca sus propios logros año tras año. Semejante ascensión, ya más que una tradición agosteña, se ha convertido en ley.
Pasados los años, cuando ha dejado de tener la necesidad de competir, la templanza de la edad y la solidez de su estatus le han permitido ir más allá y curvar las líneas de su toreo arquitectónico, romper el orden y añadirle arabesco y filigrana a su dominio del toro. Una muñeca suave y un juego de cintura más sutil que permite un mayor acompañamiento de las embestidas han sido sus aliados sin traicionar sus fundamentos básicos. Es el Ponce reinventado del que tanto le gusta hablar, el que reclama su sitio en el tercio de los artistas, el Ponce de seda y compás, un Ponce más pasional presto a lidiar el desgaste del tiempo.
La dimensión torera y la importancia de Enrique Ponce en la tauromaquia contemporánea también se justifica con números sin que ello suponga menoscabo de su perfil artístico sino más bien un añadido, nada extraño si se valora el fundamento técnico de su toreo: más de 2.200 corridas toreadas hasta agosto de 2015, 4.597 toros estoqueados en festejos oficiales, 42 toros indultados, 62 alternativas concedidas, diez años consecutivos toreando más de cien corridas entre España y Francia, temporada americana al margen, único caso en la historia… Ponce es exactamente eso, un caso único cuya leyenda y prestigio va más allá de los ámbitos estrictamente taurinos y le convierten en un español de referencia en el nuevo siglo.
- Enrique Ponce Martínez (Chiva, 8 de diciembre de 1971).
- Sobrino-nieto del matador Rafael Ponce Navarro, ‘Rafaelillo’, ya con sólo 9 años empezó a despuntar con becerras.
- Debuta con picadores en Castellón en 1988 con novillos de Bernardino Píriz. Toma la alternativa en Valencia el 16 de marzo de 1990, con Joselito como padrino y el Litri como testigo.
- Ha salido en hombros de todas las plazas de primera categoría del mundo, incluida la de Sevilla. En la de Valencia lo ha hecho en 37 ocasiones.