Eduardo Escalante

1834 /// 1895
Dramaturgo

EL SAINETE Y LA ZARZUELA

CHEMA CARDEÑA

Autor, actor y director de escena

Es difícil hablar de Eduardo Escalante, un dramaturgo atípico en la historia de la literatura no sólo valenciana, sino también nacional.

Su extensa producción teatral da cuenta de su amor por este género, que compaginó con la de artesano -entre otras cosas, fabricante de abanicos-. Y tal vez esto resuma en una sola palabra su cualidad como artista: artesano.

Un artista que también desfiló por la poesía, faceta mucho menos reconocida por el gran público. Un hombre que utilizó su obra para reflejar su sociedad y su momento; en definitiva, para hacer lo que cualquier otro dramaturgo hace. Y lo llevó a cabo mediante un género que no siempre ha sido bien considerado por los especialistas, el sainete de género chico.

Durante años, los hermanos Álvarez Quintero gozaban de éxito y prestigio con un estilo muy similar y con unas referencias propias de su región, Andalucía, y ahí, ahí es donde Eduardo Escalante acertó. El propio Unamuno afirmó: «El valenciano corriente es el de los donosos sainetes de Eduardo Escalante».

Sus 47 sainetes son un reflejo de una sociedad real. De los pueblerinos recién llegados a la capital. De las apariencias fingidas de las niñas bien. De los enredos de vecinos de escalera. De los amores contrariados por diferencias de clase social con final feliz.

Y casi todos ellos fueron escritos en valenciano, fuese como fuese su estilo o su gramática, él reivindicó la lengua de su pueblo.

Fue aplaudido y también muy criticado. Se valora su fuerza dramática y la artesanía a la hora de hilar tramas, pero se le culpa de ser demasiado complaciente con las clases dominantes, con aquella burguesía valenciana, y ácido, a veces cruel, con las clases más bajas. Incluso la utilización del lenguaje para crear estas diferencias y desarmonizar la lengua.

Sanchis Guarner dijo de él: «Supo reflejar con una desenvoltura y una jocosidad aún hoy ufanosas la dinámica social y de su época».

Grandes palabras llenas de razón, pues fue el público, su querido público, quien vio mejor reflejadas que nadie estas verdades que no sólo reconoció, sino que aceptó como testimonio de la cotidianidad.

No obstante, también le criticaron su falta de crítica -al caciquismo, a la burguesía o a los enemigos de la Renaixença-, pero en especial su falta de solidaridad con los intentos restauradores del idioma.

Y tal vez todo esto sea cierto, pero de lo que no hay duda es de que su obra es un documento casi ilustrativo de las costumbres de su época y de los hechos históricos que se produjeron. Como también puede ser cierto que su interés por la lengua no fue más allá que el de reflejar las variaciones populares, de una lengua casi relegada a la clase obrera y denostada por la burguesía engreída, cursi y petulante, que rechazaba el valenciano y que lo consideraba poco apropiado para las reuniones en salones de sociedad.

Su gran triunfo fue el público. Los teatros llenos, los aplausos, los reconocimientos y la popularidad que su obra la concedió. Y eso, para un creador, es lo más importante, más allá de críticas y ataques. El autor es sólo el autor, lo que quedan son las obras, y de eso no hay duda, nos quedan 47 piezas que forman parte, queramos o no, de nuestra historia literaria. Por todo ello, Eduardo Escalante, se merece con honores figurar entre nuestros artistas, aunque para muchos estirados, sea artista de ‘género chico’ y un servidor, que se dedica también a este oficio, a veces está muy cansado de tantas grandezas huecas.

  • Eduardo Escalante i Mateu (Valencia, 20 de octubre de 1834 – Valencia, 30 de agosto de 1895).
  • En 1855 escribe sus primeras piezas teatrales, dos obras sobre la vida de San Vicente conocidas como ‘Los Milacres’.
  • Su producción de zarzuelas y sainetes alcanza las 47 obras, destacando ‘La sastreseta’ (1862) o ‘Un rapaet i prou’ (1868). Estrena incluso en el Teatro Princesa y el Principal de Valencia.
  • Participa en las tertulias de LAS PROVINCIAS y en las actividades de Lo Rat Penat que promueve Constantí Llombart.
  • En 1881 Teodoro Llorente le ayuda a conseguir la plaza de secretario administrador de la Junta de Beneficencia de Valencia.