Vicente Ferrer

1920 /// 2009
Cooperante

LA ESPERANZA DE LOS DESHEREDADOS

MIGUEL PERELLÓ

Productor y director de cine

Su aspecto coincidía con su temperamento. Alto, un punto desgarbado, una voz fina, rotundo en la expresión. Pero ya se sabe que las palabras pueden contener engaño, y por eso hay que mirar a los ojos. Y Vicente Ferrer tenía una mirada limpia, profunda, convincente, rotunda, fascinante, torrencial. Como sus convicciones.

Cuando decidió completar su formación religiosa y espiritual en Bombay, adonde llegó en 1952, ahí cambió su vida. En la India entendió que sólo con el espíritu no se resuelven los problemas y pasó a la acción en la ayuda a los más desfavorecidos en uno de los países más pobres del planeta. Fue un pirómano de la ayuda humanitaria, un precursor en la ayuda a quienes más lo necesitaban.

La inmensa miseria que le rodeaba le llevó a hacer compatibles sus labores religiosas con la acción efectiva en la erradicación de la pobreza por el mejor de los caminos que, además de la compasión o la misericordia, es la mejor ayuda: formar a los desheredados de la tierra, ayudarles a saber ganarse la vida con sus propias manos con dignidad. Su coraje y su clarividencia enamoraron a los campesinos indios, pero generó rechazo y preocupación en las autoridades políticas, religiosas, económicas y sociales, que le veían como un peligro. Porque Vicente tenía un solo sueño, sencillo y hercúleo: conseguir erradicar la pobreza, la miseria tan injusta.

Y se puso a la tarea de lograr un milagro en un país en el que los milagros no existían ni en los sueños de los ‘dalits’, los intocables, los más pobres entre los pobres de la tierra.

Todos a los que ha salvado la vida querían besar al hombre que caminaba con un paraguas protegiéndole del sol. Cuando llegó a la casa que le prestaron unos protestantes sólo encontró en ella un letrero que rezaba: «Espera un milagro». Y se dijo a sí mismo que no iba a esperarlo, que había que hacerlo, y se puso a ello, y él fue el milagro.

Vicente quería vivir. Ansiaba vivir mucho tiempo, solía decir: «Necesito vivir. Sólo le pido a Dios ese tiempo no para mí, sino para ellos, para poder hacer más, porque sueño con un mundo maravilloso y quiero hacerlo real».

Y es real. Muy real. Quienes conocen lo que ha construido Vicente Ferrer en Andhra Pradesh dan testimonio de ello. Viviendas, escolarización, escuelas, hospitales, centros culturales, centros deportivos. Todo construido y gestionado por ellos, por los indios a los que nadie se arrimaba. Con los niños, las mujeres y los enfermos como prioridad. Primero les da una casa, después comida, y a partir de ahí se ocupa de que sean ellos mismos quienes aprendan a salir adelante. Y lo hacen. Con su ayuda y la de los cooperantes, claro, pero son ellos mismos los que han aprendido la pelea de la vida, y los que se la ganan con dignidad encomiable.

Vicente Ferrer es un ejemplo. Es uno de esos pocos hombres que han hecho milagros. Vicente Ferrer ha despeinado más pobreza él solo que ningún otro ser humano. Un ejemplo. Un santo.

  • Vicente Ferrer Moncho (Barcelona, 9 de abril de 1920 – Anantapur, 19 de junio de 2009).
  • Pasó su niñez en Gandia, ciudad de lo nombró hijo adoptivo en 2001 y donde sus padres regentaban un hotel.
  • Tras la Guerra Civil pasa por dos campos de concentración. En 1944 deja Derecho y entra en la Compañía de Jesús, que abandona en 1970. En 1952 se marcha a la India.
  • Su fundación se instala en Valencia en 1998, año en que le otorgan el premio Príncipe de Asturias a la Concordia. Fue candidato al Nobel de la paz en 2010.