Vicente Escrivá

1913 /// 1999
Cineasta

DE VOCACIÓN, SUPERVIVIENTE

AGUSTÍN RUBIO

Profesor de la Universitat Jaume I de Castellón

Si el XX fue el siglo de la supremacía norteamericana y del cine, quizás ningún valenciano lo encarne tan bien como Vicente Escrivá. Tras una infancia desdichada, en la que quedó prematuramente huérfano, el futuro cineasta hizo honor a la educación que por caridad le dieron los jesuitas, y se convirtió en propagandista religioso y político. Corrían los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera y la II República, y ambas facetas estaban profundamente entremezcladas.

Escrivá no consiguió alcanzar una posición asentada, hasta la postguerra, cuando, en pago a sus servicios como quintacolumnista, ostentó el cargo de delegado de Prensa y Propaganda de Falange en la provincia de Valencia. Aunque acabara saliendo de la política por la puerta falsa, esta primera consagración social y laboral iba a acabar siendo decisiva, y resulta imprescindible para entender la mentalidad de la versión más conocida de un personaje camaleónico que llegaría al cine después de ir tocando todos los palos con arreglo a una secuencia lógica: la radio y los periódicos adictos al régimen, el teatro tanto de entretenimiento como con pretensiones existenciales, la novela tremendista que cultivaba una derecha que se sentía prematuramente desencantada, pero que no estaba en absoluto dispuesta a asumir el coste de romper con el franquismo…

Experto ya en navegar entre dos aguas, triunfaría al fin artísticamente con sus primeros guiones -por supuesto, para la empresa cinematográfica española, y más concretamente valenciana, por antonomasia: Cifesa, la Antorcha de los Éxitos-. Pero, hambriento de independencia y de gloria, nuestro hombre maniobró para constituir su propia productora, Aspa Films, con la que, haciéndole la pinza con la pluma y el capital al director Rafael Gil, impulsaría algunas de las mejores, o como mínimo más representativas, muestras del cine español clásico, en esos géneros vernáculos, como las películas de estampita o las anticomunistas, que ilustran nuestra historia reciente.

La obsesión, característica del buen publicitario, con la conexión con su público acabó por alejarlo de sus orígenes y por convertir la evolución de su obra fílmica en un auténtico tratado de moda popular; también en una invitación a la ironía y el escepticismo. ¿Cómo se come que quien empezara su carrera como apologista católico y nacional-sindicalista se pasara al destape y a la chabacana celebración del nacimiento de las autonomías? La respuesta, ambigua, apunta a las luces y las sombras de la tenacidad que, desde niño, él se empeñó en desarrollar. Y ahí radica la gran lección -esta sí rotunda- que su figura nos enseña: porque, en efecto, sobrevivir a tiempos crueles conlleva un precio moral altísimo. Como tantos otros miembros de su generación, Vicente Escrivá perdió la batalla de las ideas tan estrepitosamente que, a día de hoy, y de forma bastante injusta, su obra se considera letra muerta y es tomada como objeto de irrisión o, como mucho, de una nostalgia falaz y estéril. Probablemente el individuo no lo merezca, pero, acaso para comprendernos mejor a nosotros mismos, ha llegado la hora de una reconsideración más ponderada de un pasado colectivo en el que se entretejen vidas tan poco ejemplarizantes como la suya.

  • Vicente Escrivá Soriano (Valencia, 1 de junio de 1913 – Madrid, 18 de abril de 1999).
  • Doctor en Filosofía y Letras, empezó a escribir guiones para Cifesa en los cuarenta.
  • Gana el Premio Nacional de Literatura en 1947 con ‘Jornadas de Miguel de Cervantes’.
  • En 1960 comienza a dirigir cine. Suyas son ‘Cateto a babor’ y ‘Vente a Alemania, Pepe’. Ganó dos Goya con ‘Montoyas y Tarantos’.
  • ‘El virgo de Visanteta’ y ‘Visanteta, esta-te queta’ forman parte del imaginario folclórico valenciano.
  • Su última etapa fue con guiones para series como ‘Lleno, por favor’, ‘¿Quién da la vez?’, ‘Este es mi barrio’ y ‘Manos a la obra’.