Arquitecto
EL SUIZO DE BENIMÀMET
PABLO SALAZAR
El viejo dibujo enmarcado y colgado en una pared del salón de casa se ha ido borrando y ya es muy difícil distinguir la silueta, pero si te acercas y te fijas bien aún se puede ver la inconfundible peineta del puente de la Alameda y, lo mejor de todo, la torre de telecomunicaciones proyectada y nunca construida. Me lo regaló el maestro a principios de los noventa, no recuerdo el año, tras una conferencia multitudinaria y después de ser abordado por dos periodistas –Vicente Aupí y el que firma estas letras– que queríamos saber detalles de su nuevo trabajo para la ciudad que le vio nacer. Por entonces ya había dejado huella de su genio arquitectónico en otro puente sobre el jardín del Turia, el del 9 d’Octubre, una de sus obras menos valorada y, sin embargo, una de las mejor resueltas, sencilla, elegante y bien integrada. Calatrava, amable y cordial, nos atendió, nos explicó la idea y del bolsillo de su americana sacó la pluma –la clásica Montblanc negra– para ilustrarnos con lo que pensaba hacer en el viejo cauce, un nuevo desafío en su carrera, un puente que se construiría al lado de donde finalmente iría emplazado, porque, al mismo tiempo, había que ejecutar la estación del metro. Un dos por uno. Pero la guinda del dibujo llegó cuando ya lo tenía terminado, incluso dedicado, «al diario LAS PROVINCIAS». Se quedó mirando la hoja cuadriculada de mi cuaderno de gusanillo y dijo: «Le falta un ‘pardalet’». A la derecha de la torre hizo la típica uve apaisada que desde tiempos inmemoriales simboliza un pajarito en los dibujos infantiles. Un ‘pardalet’, no un pajarito sino un ‘pardalet’. Santiago Calatrava, el ‘fill de Benimàmet’, el genio de la lámpara, ya vivía desde hacía años en Zúrich y tenía obra por medio mundo, ya era un arquitecto de fama internacional, pero aún soltaba palabras en valenciano.

A estas alturas ya no debe de recordar nada de una lengua que le habrá servido de poco en sus viajes a Nueva York, Dallas, Toronto, Lyon, Venecia… Pero en el fondo, tal vez muy en el fondo, el ADN valenciano sigue imprimiendo su carácter y hasta condicionando su trabajo, casi tanto como se hace evidente en su físico, en una figura y un rostro que parecen sacados de uno de los puestos de frutas y verduras del Mercado Central. Dudé entre titular este perfil como lo he hecho, ‘El suizo de Benimàmet’, o ‘El artista fallero’ pero al final me decidí por el primero ante el temor de que no se entendiera lo que quería decir con el segundo. Artista fallero, sí, y a mucha honra, no lo digo despectivamente porque la profesión, el oficio, me parece fascinante. Calatrava tiene algo, mucho, de los constructores de fallas. Su búsqueda de equilibrios imposibles, la torsión de los materiales hasta límites que parecen inconcebibles y desafían las leyes de la naturaleza, la persecución casi obsesiva de la espectacularidad… Algunos arquitectos y casi todos los ingenieros le llaman irresponsable pero es evidente que a muchos ciudadanos les encanta ese modo de concebir la arquitectura basado en impresionar, en llamar la atención, en dejar huella indeleble en el territorio, en transformar el paisaje.
Envuelto a su pesar en la trifulca política valenciana, utilizado primero por la izquierda y luego por la derecha, Calatrava ha acabado siendo el arquitecto más polémico del mundo, admirado por los millones de turistas que se fotografían con sus edificios-icono, odiado por los usuarios de sus aeropuertos, puentes y estaciones, que critican sus defectos constructivos. Hasta en eso es muy valenciano, sometido a vaivenes extremos, un genio para unos, un timador para otros. Seguramente no es ni lo uno ni lo otro. El suizo de Benimàmet es un magnífico dibujante, escultor, diseñador de muebles, arquitecto, ingeniero y, aunque él no lo sepa, artista fallero. Es sin duda, en estos momentos, el valenciano más conocido fuera de nuestras fronteras, el creador de una marca que atrae a miles de visitantes. El ‘pardalet’ de mi dibujo ya apenas se distingue pero en medio mundo hay obras de Calatrava con forma de pájaro.
- Santiago Calatrava Valls (Valencia, 28 de julio de 1951).
- Estudió arquitectura en la Universitat Politècnica de Valencia, graduándose en 1973. En 1975 se trasladó a Zúrich, donde se formó como ingeniero.
- Entre sus obras más destacadas, aparte de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, hay que resaltar el puente Bac de Roda (Barcelona) y el del Alamillo (Sevilla).
- También ha diseñado el auditorio de Tenerife, el aeropuerto de Bilbao, la estación del TGV de Lyon, el intercambiador de transportes del World Trade Center (Nueva York) o la reconstrucción de la iglesia ortodoxa griega destruida como consecuencia de los atentados del 11-S.
- Recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1999 y el Nacional de Arquitectura en 2005.